Alifafes de la libertad. El estetoscopio de Josu de Miguel.

    1.-Josu de Miguel está preocupado por la libertad. Cualquier ciudadano un poco atento podría compartir esa inquietud. Él tiene, quizá, más razones, ya que es un estudioso de los momentos difíciles, de las ruinas que nadie había previsto.

Para ordenar sus ideas (o para interrogarse sobre ellas), ha escrito un breve libro bajo el sugerente título  de “Libertad. Una historia de la idea(Breviarios Athenaica, 2022). De acuerdo con este membrete, distingue en primer lugar entre la libertad de los antiguos y la libertad de los modernos. La verdad es que los dos o tres primeros capítulos me parecen tan interesantes que yo ya me hubiera quedado ahí.

Veo en la libertad de los antiguos  justamente el pesimismo que ahora se cierne sobre nosotros. Grosso modo, podemos decir que, efectivamente, también hay una reflexión sobre la libertad antes del siglo XIX, pero con parámetros diferentes a los actuales. La libertad es un atributo de los que no son esclavos. Ello implica que podrán hacer uso de ciertas facultades. Por ejemplo, el derecho a la palabra pública (isegoría) en los griegos. Pero observo que una nube negra se mueve desde los estoicos en el camino de los hombres libres: la auténtica libertad es sólo la de la “ciudadela interior”, la libertad de espíritu, como máximo el libre albedrío tomista. En el exterior, cada clase o cada estamento delimitará su propio campo de autonomía dentro del rígido corsé de la colectividad. No hay una libertad generalizada gracias las normas y el individuo parece moverse dentro de una tupida red de imposiciones sociales (aunque quizás habría algunas sorpresas si aplicamos el microscopio).

La modernidad, por el contrario,  construye la libertad a través del Derecho (es el instrumento clave), la dota de generalidad y se interroga, por supuesto, sobre sus límites. Pero,  a mi entender,  presenta una seña fundamental: la vida como proyecto individual, ese “libre desarrollo de la personalidad”, como resumió nuestro constituyente. Ello reclama tanto una libertad negativa (déjenme en paz, laissez faire) como una libertad positiva (el respeto a mis propios objetivos). Por otra parte, en fin, es cierto que la libertad  accede al pódium de la discusión  política y cualquier régimen debe plantearse dónde va a situarla. El príncipe ya no está para cumplir en la tierra el designio divino, sino para garantizar y dejar espacio a la autonomía de los ciudadanos.

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   2.-Hasta aquí, podríamos decir que todo iba bien (aunque con muchos retrocesos y sustos, claro). Hasta que llegó la posmodernidad. De Miguel observa en el presente una tensión especial entre la libertad y la igualdad. Es cierto. El pensamiento igualitarista ha logrado ya éxitos relevantes e impensables hace sólo unos lustros. Por ejemplo, los cañonazos teóricos contra la meritocracia o la puesta en cuestión del derecho de propiedad privada. Fueron estos dos buenos  parientes de la libertad  y ahora están pasando un mal momento.

Ahora bien, a mi entender, el verdadero fantasma que recorre el libro es el de la demanda de seguridad. No siempre lo expresa el autor con estas palabras, pero  percibo que hay algo que le molesta y que tiene que ver con lo que acabo de citar. Por ejemplo, anuncia la hipótesis de un mundo de prohibiciones menorescuya entidad no encajaría en la protección de los derechos fundamentales, pero que por su intensidad y alcance general podrían afectar al principio general de libertad” (p. 40). Prohibiciones que van a ser necesarias para proteger bienes públicos colectivos (y cita como ejemplos concretos la estabilidad presupuestaria, el medio ambiente o la propia salud). Anoto ahí, por cierto, que al Derecho Administrativo, que sufrió un transitorio adelgazamiento con los procesos de liberalización, le espera un futuro fabuloso. Incluso, vienen nuevos amigos a la fiesta, como por ejemplo los insidiosos nudges, las recientes formas de evangelización pública (y privada) y el florecimiento de la “burocracia del consuelo”. De todo ello da buena cuenta el libro.

Un mundo, pues, de “restricción de los derechos mediante categorías normativas más pragmáticas y menos garantistas” (p. 121). Un panorama, en definitiva, de libertad declinante y de exigencia creciente de seguridad, como si las grandes  construcciones conservadoras y reaccionales de las constituciones no supieran muy bien por dónde van los tiros.

Un pesimismo suave, como ya anticipé, pasea por el libro, aunque el autor formula algún regate en positivo que quizá podría desarrollar en el futuro. Por ejemplo, la referencia a un nuevo republicanismo que subrayaría los deberes cívicos y su ejercicio  activo (ciudadanos comprometidos en los deberes tributarios y de defensa nacional, además de en la educación, en la protección del ambiente o en el trabajo). Una reinvención contemporánea que, como de Miguel advierte, no puede hacerse en contra de la libertad.

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   3.- Una consideración final. Como se dice en estos tiempos, el libro muestra una agenda oculta. Se trata de evitar que la libertad, esa idea que se ha ido describiendo, “se deshaga como consecuencia de la aplicación de la dialéctica adanista” (p. 119). El análisis histórico se impone y el libro es,  sin duda, un breviario bajo ese patrón evolutivo. Es más, acertadamente va recordando el autor que hay que navegar incluso río arriba, mucho más lejos en el tiempo de la modernidad liberal y sus cuitas. Un difícil objetivo entre nosotros ya que, según me cuentan, hay que recordar a los muchachos que nuestra historia empezó en 1812 (y eso siendo generosos).

LIBERTAD: UNA VISIÓN PSICOLÓGICA (Fuente: aquí).

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